martes, 15 de diciembre de 2009

Pepe Llácer: El escultor constante (Primera parte)


Pessoa formuló una definición sobre el arte que perfectamente podría ajustarse al proceso de creación que sigue Pepe Llácer (Alcoy, 1953 ), a la hora de enfrentarse a la obra de arte. Y Pessoa dijo en su “Libro del desasosiego” que el arte “es la expresión intelectual de la emoción” y que “lo que no tenemos, o no intentamos, o no conseguimos, podemos poseerlo en sueños, y es con ese sueño con lo que hacemos arte…”. Desde hace más de veinte años, Pepe Llácer, alma mater del movimiento Russafart, artista autodidacta con una dilatada trayectoria a sus espaldas, anda soñando esculturas, retazos de vida que muestran la relación o vinculación del ser humano con la Naturaleza, obras de arte hechas materia a través de la conexión que el artista establece entre su mente, su corazón y, al fin, esa mano de escultor que traza una primera línea a modo de boceto-dibujo escultórico. Todo este proceso como una suerte de predestinación irremediable, un sino del que no puede escapar el artista y, así ha seguido, prácticamente toda su vida desde que cogió el pincel a la temprana edad de diez años, se decidió a esculpir una década después y otros diez años más tarde, continúa dando otra vuelta de tuerca más a sus obsesiones en la exposición que prepara para en la Sala del Almudín de Valencia y en la que integra por primera vez en sus esculturas el elemento lumínico.

A Pepe Llácer le podemos encontrar trabajando en su taller de la calle Sevilla, en pleno corazón del barrio de Ruzafa de Valencia, cualquier día de la semana siempre y cuando haya luz solar. Una luz mediterránea que entra por la gran techumbre de uralita del taller y que inunda ese gran espacio que allá por los años cuarenta fue el Sporting Club de Russafa, templo del boxeo en la Posguerra y en el que, por aquel entonces, se oían otros tipos de golpes diferentes al cincel o el martillo que ahora se escuchan. Le gusta trabajar marcándose cierta disciplina y horarios determinados, aunque en el fondo piensa que la labor del artista nunca finaliza, que se prolonga inevitablemente el día entero. En las primeras horas de una fría mañana de diciembre le robamos la atención sobre la última escultura en la que se encuentra enfrascado y comenzamos una charla rememorando sus años infantiles, aquellos en los que el arte se respiraba en cada rincón de su casa alcoyana, ya que el escultor procede de una familia de músicos.

LA INMEDIATEZ DE LA PINTURA
“Tuve una infancia marcada por el arte. Mi padre era músico y, de hecho, esta influencia hizo que yo, en principio, empezara a flirtear con la música. Con el tiempo, lo fui dejando al percibir que el proceso de creación en la música resultaba demasiado lento, metódico…había que aprender necesariamente solfeo y los resultados no podía verlos inmediatamente. Por el contrario, la pintura, a través de la pincelada y el color, me permitían expresarme de forma mucho más inmediata, había una concreción aunque el trabajo no estuviera todo lo bien realizado que yo quería. Esa sensación que me ofrecía la pintura me atrajo mucho más”.

Si bien la pintura llegó al escultor de forma totalmente autodidacta, sus estudios artísticos posteriores en la Real Academia de San Carlos le sirvieron para entender el Arte en toda su complejidad y para moverse entre el clasicismo y la modernidad, entre la rigidez de unas normas artísticas derivadas del estudio y los aires nuevos que se vislumbraban en una España que comenzaba a abrirse y a romper esquemas. Corrían unos años interesantísimos y convulsos. Eran los años setenta.
“Hay que tener en cuenta que soy una persona muy inquieta y que cuando ingresé en la Academia yo ya estaba pintando de forma habitual desde hacía años. Por tanto, recuerdo aquella etapa bastante interesante por lo que tuvo de fronteriza. Por una parte, seguía mis estudios en la Academia pero también permanecía atento a todas las informaciones que venían desde fuera y que te hacían entender el arte de otra manera diferente. Empecé a romper con la Academia en el sentido de que aprendía las técnicas propias del lenguaje artístico pero, a partir de ahí, me fui desenvolviendo en el campo de la libertad artística con las limitaciones existentes que habían de falta de información, librerías especializadas, galerías de arte contemporáneo, etc. Ante esta tesitura no podías evolucionar mucho en cuanto al arte contemporáneo, ya que en esos años otros países estaban haciendo grandes cosas y tu te tenías que conformar con lo que había”.

“De cualquier manera, de aquellos momentos me quedo con el aspecto fronterizo en el que me movía: entre el clasicismo y la modernidad. A partir de la muerte de Franco es cuando comienza la Modernidad en nuestro país, y fue uno de los momentos clave en el mundo del arte. Fue una etapa interesante desde el punto de vista de aprendizaje. El arte ha cambiado o está cambiando o cambiará mucho más, pero yo siempre he pensado que le arte se fundamenta en cuestiones que perduran en el tiempo”.

EL INEVITABLE TRASVASE DE LA PINTURA A LA ESCULTURA

Llácer dio su primera pincelada a los diez años y ya, desde entonces, no dejó de pintar, moviéndose entre la abstracción y la figuración. Su inevitable encuentro con la escultura (no podía ser de otra manera), habría de llegar un poco más tarde, cuando acabó sus estudios de Bellas Artes en la Real Academia de San Carlos.
“Yo seguía y seguía pintando. Estaba ya en la Academia, con mis estudios de arte, y fue al acabar estos estudios cuando, de repente, me di cuenta que mis cuadros iban tomando volumen, me adentraba de la forma más natural posible en temas mucho más espaciales. Las pinturas que realizaba en aquel momento giraban en torno a variaciones sobre interiores, referencias al interior de las casas o edificios y es por esto que el cuadro me pedía volumen. Casi de manera inconsciente empecé a modelar en el cuadro hasta que un buen día una escultura se cayó del cuadro y se presentó ante mis ojos”.

Desde que la escultura se instaló en la vida de Llácer, la pintura no ha encontrado acomodo, quizá como según el artista explica porque “no he encontrado el nexo de unión entre las dos”. Pero si que el dibujo le ha permitido mantener ese vínculo con el trazo en sus delicados bocetos escultóricos en papel que, en algún que otro caso, no han saltado página para instalarse en la esfera tridimensional.
“Estuve pintando unos quince o veinte años y durante ese tiempo, la escultura no existía, al igual que cuando comencé a esculpir, la pintura pasó a un segundo plano. La verdad sea dicha, en mi vida no pueden convivir las dos, quizás porque no he encontrado un nexo común de unión. En la escultura siempre me formulo planteamientos muy espaciales y la pintura es una representación, difieren mucho y puede ser que el vínculo se encuentre en el dibujo..Cuando pintaba, dibujaba mucho y cuando esculpo, también”.

“Mi referente es ahora la escultura. Hace ya años que no pinto de una forma cotidiana, pero no descarto retomarla sobre todo cuando sea más mayor y mis fuerzas no me permitan esculpir. La pintura siempre está ahí de cualquier forma porque yo sigo viendo colores en mis esculturas. Me apetece utilizar el color, aunque en el caso de la escultura no sea un valor determinante, ya que tiene connotaciones diferentes. No es lo mismo una escultura en hierro que cuando la pintas. Al pintarla la aligeras y si la dejas sin pintar, ésta tiene un peso visual más importante”.

TODO COMIENZA CON UNA LÍNEA………

El proceso de creación de Pepe Llácer comienza con una línea, una línea que trasciende el papel en conexión directa con su mano, que a su vez atraviesa su corazón y que parte de su mente. Porque tanto para el hombre como para el artista, la vida es una línea recta que sigue aunque, en ocasiones, y debido a su visión periférica, se desvíe del camino para conocer y aprender más y más.
“Yo entiendo el proceso de creación partiendo de una línea que luego desarrollo en el papel y que, finalmente, deriva hacia aquellos temas que me preocupan en un momento dado. La vinculación con la conexión mente-corazón-mano en el dibujo se realiza de manera automática y, a partir de ahí, va surgiendo todo. Para mi el dibujo es fundamental. Entiendo el arte desde ese proceso. En mi no se da un proceso donde las cosas surgen, para nada…el espacio que dejo a la improvisación es mínimo, pueden haber pequeños retoques, cambios.. ya que el dibujo es un plano y cuando empiezas a ver volúmenes, se pueden desarrollar esas modificaciones, pero quiero dejar bien claro que yo dibujo pensando en la escultura y, por tanto, mis dibujos son bocetos escultóricos y no dibujos propiamente dichos”.

…………Y FINALIZA CON LA ESCULTURA

“Reitero, dejo poco espacio a la improvisación y todo el proceso va desde el principio muy controlado. Cuando empiezo una escultura ya se como va a ser al final. Soy un artista muy metódico y ese control al que aludía me lleva a unos horarios y cierta disciplina. Me marco un trabajo diario que empieza desde la mañana y se prolonga hasta la noche. Ahora, eso sí, a mi me gusta trabajar de día. No puedo dar un martillazo cuando, en el silencio de la noche, suena más de lo debido, porque me molesta. Me gusta que la luz me ilumine, me embriague, se apodere de mi. Esa sensación del calor y la energía que proporciona la luz cuando estoy trabajando. Cuando anochece ya se acabó, aunque debo reconocer que un artista está trabajando las 24 horas del día…siempre tengo un bloc a mano donde realizo mis anotaciones o hago mis dibujos …y eso al final puede determinar un planteamiento formal diferente de alguna escultura”.

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